Al atender la realidad aflora la conciencia de que nada nos es ajeno, de que nadie nos es ajeno. Todo nos habla.
Atender es ver, darse cuenta y cuidar. Ver al pobre —invisibilizado—, ver la desigualdad creciente, ver la tierra calcinada. Ver los bancos que desahucian sin miramientos como si aplastaran a una cucaracha. Nos atañen estos tiempos recortados, esta caravana de dolor.
Atendemos el dolor para que nuestra visión no resulte ingenua, para levantar un pensamiento creativo, para que nuestras alas se despierten; para que un grito quiebre el silencio y, a la hora del viento, espante las aves carroñeras.
Pero al atender encontramos no solo la sucesión de barbaries de este capitalismo que nos aplasta, sino también la renovación que ocurre entre las lágrimas de lucidez alzadas en las calles. Porque de todo nos llega su dolor, pero también su gozo; donde hay quiebra se puede comenzar la reconstrucción, donde hay vacío puede iniciarse la plenitud.
No nos es ajena la nueva historia que nos cuentan los jóvenes; la luz que traspasa las nubes negras; la cantidad gigante de trabajos ocultos que mantienen la vida. Más allá de las capas de dolor, superficialidad y mentira, siempre alguien susurra palabras de gozo, hondura y verdad; siempre alguien contagia bondad, consistencia y belleza.
Somos agua, fuente, río, lluvia que hacen brotar vida. Somos el viento que estrena el mundo, el cuidado que estrena la Tierra, el abrazo que estrena la Vida, la unidad que estrena la Plenitud. Ocurrirá lo nuevo.