Lampedusa, Tarajal, Ceuta, Melilla, pateras, vallas, Murallas, alambradas de espino militarizadas, Ley De Extranjeria, cadaveres en, y al agua.
Apenas unos breves apuntes en la esquina de la prensa. Doscientos o trescientos ante-ayer, 15 hace unos días, ahí en la esquina, y sigue la cuenta de cadáveres de seres humanos que abonan las estadísticas de los suicidios inducidos por la miseria, la pobreza, la enfermedad, las guerras, el hambre, ante los caciques gubernamentales de conciencias tetraplégicas, que blindan y reblindan unas fronteras artificiales frente al supuesto acoso de la necesidad de luchar por la propia supervivencia de seres humanos.
¿Son simples dramas, dicen…¡ ¿Hay que hacer algo…? No se les puede devolver en caliente, dicen. Es un tema muy viejo ya. Se viene practicando desde hace mucho tiempo, y aquí, no pasa nada. ¿Devoluciones?: algunos miles… Qué más da. Y ahora mismo, decenas de excluidos, intentan, una vez más, acceder a la blindada Europa, con o sin murallas, por muy altas, que éstas sean. Las noticias son, una vez más, un clamor en crecimiento, frente a la indignidad y la soberbia del ¿primer mundo…?
Decenas, centenares, quizá millares de seres humanos, exhaustos, llaman a las puertas de la riqueza común por necesidad vital, con la legitimidad que les da su cualidad de seres humanos.
Más vallas, más alambres, más alturas, más dinero para detectar incluso en la oscuridad el movimiento imparable del hambre, no parece que todo ello sea suficiente, para resolver los graves problemas de la injusticia y la exclusión… Los movimientos migratorios inducidos, provocados o naturales, han sido y siguen siendo los motores de la diversidad humana en todos los órdenes. No se puede negar. Oponerse – ya casi militarmente – a que el hambre se liquide por cuenta propia a las puertas de nuestras costas, de nuestras casas, de nuestras escuelas, de nuestras culturas, de nuestros hospitales, es una vez más, una causa perdida de antemano.
No basta con recoger a los supervivientes y numerarlos: son seres humanos sin más, mujeres embarazadas o no, menores… refugiados de guerras que parecen imposibles, pero que son reales.
No basta. Porque, aún habiendo logrado acceder a las cercas de la mal llamada fortuna, no son tratados como afortunados en ningún caso. Se les recluye cautelarmente en las majadas de los CIEs – Centros de Internamiento para Extranjeros –, se les devuelve en caliente sin Ley de Extranjería que les ampare…
¿Se les documenta … ¡No! Se les esparce a boleo por el país, o se les remite al país de origen, procedencia, o cercanía pactada, a cambio de unos cuartos por el servicio, al mejor tratante en la subasta de las miserias gubernamentales.
Las reacciones políticas locales ante estas realidades son puros lamentos al viento. Siempre son materia de un titular en la prensa escrita, hablada o televisada. Nada más. Y a otra cosa. Nadie habla de alterar, modificar, adecuar, modernizar, humanizar, unas legislaciones sancionadoras, punitivas y restrictivas, que en materia de extranjería, asilo y refugio, son un corsé mortal para muchos seres humanos que pagan con su vida, un día si y otro también, la osadía de pretender sobrevivir fuera de donde nacieron.